La casa vacía
El sueño de la casa vacía está cumplido, o al menos de cierta manera.
Y es que la forma en que lo imaginaba a los 20 es muy distinta a la que me ha dado la realidad. No es diferente en una mala manera, es solo diferente, y por ahora, sin un solo mueble que añorar, aunque pretendo cambiar eso a la brevedad.
Ya no es un sueño de solitaria y rota realidad, sino uno de expectativas nutridas de experiencia y responsabilidad.
Llegar a los 30 ha sido un choque que se ve venir, una suerte de premonición a la que no puedes escapar, y que terminas aceptando no como condena; más una promesa.
Me veo entre estas paredes aceptando un nuevo reto, aceptando a l mismo tiempo el miedo que conlleva y la excitación que desata.
Ya no es un Leín desencantado el que escribe sentado en un piso vacío. La verdad, ni yo sé que Lein es el que se encuentra solo, pero estas paredes blancas tienen una luz distinta.
Es verdad, aún faltan ciertas conversaciones, acuerdos y condiciones. Aún falta la costumbre construida en nuevos cimientos y tomar aire en una bocanada, planificar el dibujo de un hogar, los muebles transportados, el incienso inicial que dicte el aroma.
Pero siento que en este vacío inicial no falta nada. No para la fotografía que quiero guardar en mi memoria.
Y es que, cuando creciera, quería tener una casa vacía.
Comentarios
Publicar un comentario