Quería escribir literatura

 Desde que comencé a escribir, por allá por el 2004, fue creciendo en mi una ansia agradable y odiosa al mismo tiempo. A medida que fui conociendo el mundo, leyendo autores, entendiendo cosas, me di cuenta de lo inmenso que es el mundo humano, en todas sus capas, y esa percepción trajo consigo una seguidilla de golpes intelectuales, de aprehensiones, cuestionandome lo humano, los instintos, la soledad, la brutal y descarnada realidad. Sin embargo, uno siempre tiende a verse tan pequeño al encontrar el oceano de lo creado, que no puede hacer más que aspirar, intentar llenar los pulmones con oxigeno nada más salir del agua, esperando que te crezcan los pulmones que te permitan sobrevivir.

Siento que de eso se trata la lucha constante del escritor; crecer, patalear e intentar inhalar para sobrevivir. Incluso a una edad de inmortalidad e invencibilidad como es la adolescencia, me sentí consciente de mis límites, de los alcances de la carne y de la busqueda de trascender, no solamente en el tiempo, sino del cuerpo, entendiendo las relaciones, el amor, como una forma de trascender hacia el otro, lograr una determinada comunión que te permita reafirmarte.

No me considero un poeta, ni mucho menos. Mas, sé reconocer que el sentimiento fluye en la poesía como no es capaz de hacerlo en ningún otro formato (además de la música, tal vez), y fue así como llegué a escribir el poema que dejo a continuación, que es una especie de condensación de todo este pensamiento y busqueda de aire, porque, aunque han pasado más de 15 años desde que empecé a escribir, sigo sintiendo que me falta toda una vida para lograr transmitir un mensaje claro, un alarido que reververe y se extienda, porque yo, bueno, todo lo que quería y sigo queriendo, es escribir literatura.


Quería escribir literatura,

pero el mundo se me abalanzó.

Quería dejar de ser humano,

y me ganaron los instintos.

Quería mantener cerca a mis amigos,

y algunos cortaron los puentes.

Quise quemar La Casa,

y los demonios no me dejaron…

Quería saberme tranquilo,

y el mundo me mostró su caos…

quería hablar con ella, pero era difícil,

vergonzoso, peligroso y contraproducente.

 

Y no me quedaban ganas

de poner atención a las clases.

Quería leer, engullir universos enteros.

Quería escribir, vomitar imaginaciones eternas…

quería saberme único,

saber que iba de alguna forma contra la corriente.

                                            Quería alejarme de todo, de casi todo.

Hacer un viaje a Fata,

y quedarme con Felurian,

rodeado de mis letras y palabras,

su voz y el tiempo doblado.

Escaparme de la máquina

y arreglar mis desperfectos,

forjar a fuego lento e infernal

mis principios y mis valores,

añadirlos a mi configuración para no olvidarlos,

a menos que yo mismo cambie,

pero tampoco quiero cambiar…

 

Quería irme de fiesta,

a mi fiesta,

esa donde estaban todos y cada uno

de los seres que me importan,

y beber hasta borrarme entre locuras,

risas y anécdotas.

Quería hacer el amor una y otra vez,

en medio de esa locura, borrar mi Ira,

dársela a ella, para que la transforme

en energía y en cansancio.

 

Quería huir en bicicleta,

darle atención y piezas necesarias

para el viaje de mi vida,

viajar cientos de kilómetros,

parando cada cuanto,

acompañado de mi soledad,

de mis demonios y quizás mi celular,

llenar una botella de agua,

o un bolso de camello,

quemarme con el sol y pensar,

imaginar,

que de verdad podría desvanecerme

de tanto pedalear,

perder lentamente mi materia,

hasta volverme vapor, pura energía.

 

No sé en qué orden quiero hacerlo,

no sé si el mundo me dé el espacio,

ni el tiempo ni las oportunidades,

aunque es probable que un día

no lo aguante más y emita un alarido

que le dé el escarmiento y me deje ser libre,

aunque sea por un día, por una semana,

un mes o un año…

 

Quería escribir literatura,

aunque la crítica destrozara mis palabras

y me negara la voz y el papel.

Quería escribir literatura densa y complicada,

a pesar de ser tan joven;  lo quería todo ahora,

porque me conformaría con saber que alguien

ha visto mis palabras y ha disfrutado.

 

Quería ser un best-seller,

pero sin serlo en verdad;

no quiero ser hoja del olvido,

pero esperar hasta estar muerto es mucho tiempo.

No quería ser conocido, salir en la portada de revistas…

me gusta más la idea de ser un genio,

pero no uno anónimo como muchos,

sino uno en nombre, no en cuerpo,

tal vez un misterio, sí, eso sería bueno.

 

Quería conocer la cuna del hombre,

asistir a su nacimiento, para evitarlo,

conocer su verdadero nombre…

Y sé que otros deben haberlo hecho antes,

que no es tan trascendente,

mas, para mí eso no interesa.

Porque tengo problemas, tengo dudas

y rabia contra ese nombre,

y quiero venganza,

o tal vez un concilio,

comprensión mutua, porque no lo entiendo,

y él no me entiende a mí.

Quería leer, ocultarme en el escenario,

en la butaca, observar un millón de espectáculos,

estar ahí, en el momento

del nacimiento de un héroe, en su muerte,

observar la victoria del villano, su expiación,

observar las lágrimas de un amante

en la separación, el nuevo romance…

encontrar la fórmula perfecta, aunque no exista...

 

Quería admirar a mis colegas,

 aunque ellos no sepan que yo existo,

quería preguntarles sobre el mundo,

sus mundos,

quería mostrarles los míos y escuchar sus críticas,

tomar un café o una cerveza,

dejar fluir las palabras y su magia,

volvernos letras y sangrar la tinta.

 

Quería tantas cosas,

y el mundo me refrena,

y no puedo golpear su mandíbula

 y escuchar sus quejidos, 

sería hermoso…

es hermoso el mismo hecho

de saber que puedo escribir, y ser libre.

Es hermoso saber que, en mis mundos y mis letras,

 el mundo queda afuera, y no puede entrar,

a menos que yo quiera.

 

Y todo lo que yo quería era escapar.

Todo lo que quería era escribir literatura.  

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