La quietud del vacío
Llevo tiempo dándole vueltas a la idea de darle un título a cada una de las entradas, por eso hoy, traigo este rimbombante encabezado a esta pieza.
Sí, suena rebuscado, poético, pero muy acertado, ya que durante meses me he visto rodeado de vacío. Un vacío difícil de describir, pues tiene que ver con la naturaleza propia del corazón.
No pretendo alargarme mucho, ni entrar de plano en mi vida personal, pues pretendo ser poco más que la gota sobre la hoja (o el pixel en la pantalla), y, no obstante, creo que todos en algún punto de la vida hemos llegado a sentir el vacío al que me refiero.
Es verdad, el amor es un sentimiento que realza los sabores de la vida, algo difícil de fingir o recrear en artificios, mas, hay que ser justos y reconocer también que es un completo hijo del vituperio que se prefiera cuando las circunstancias dejan de ser las idóneas, o si nunca llegan a serlo, haciendo que ese metafísico corazón que cargamos en algún lugar de nuestro cuerpo o nuestra mente se vuelva una planta de energía nuclear, como la que opera Homero Simpson (incluso a veces podemos llegar a poseer el coeficiente intelectual de este personaje por este mismo sentimiento), y convengamos que las mariposas en el estómago se sienten bien, siempre y cuando no se transformen en pequeñas amenazas de fisura atómica en nuestro interior.
Hay quienes buscan esta adrenalina. Hay quienes desean vivir en esta montaña rusa estomacal o cerebral, y la mayoría de nosotros la busca por decisión propia, aun sin tener mayor claridad de por qué la buscamos, y otra vez, no pretendo jugar a ser un experto en psicoanálisis, ni un doctor corazón, habido de experiencia y conocimientos en la materia, pero hay que aceptar que, de la misma manera en que ignoramos los mayores secretos del universo y sus partículas, desconocemos qué hay en el telón oscuro de nuestro interior.
Es justamente esta oscuridad la que me lleva al título escogido, pues la oscuridad es uno de los miedos más comunes en el ser humano, y al mismo tiempo es nuestro primer hogar; nos resulta tan incómodo estar solos con nosotros mismos, a la deriva, sin tener nadie a quien extender nuestra mano en busca de un soporte, que nos desesperamos.
Yo creo que es de allí de donde viene está búsqueda de mariposas. Pienso que, más que mariposas, buscamos luciérnagas, las que completan con mayor eficacia esta metáfora, ya que buscamos iluminar nuestra propia oscuridad, usando la luz de otro, cual si en realidad, todos portásemos nuestras propias luciérnagas apagadas, y solo al reconocer las luces de las de otro, y al ser correspondidos, las nuestras se encendieran.
Es una metáfora más completa y más compleja, es verdad, pero me parece acertada. Y admito que he pecado de humanidad, porque también he caído en esa trampa.
He leído incontables veces en internet un texto que supuestamente dijo John Lennon, sobre la naturaleza del amor y la búsqueda de la media naranja, que, con el fin de no tergiversar ni adulterar, reproduzco a continuación:
"Nos hicieron creer
Nos hicieron creer que el “gran amor”, sólo sucede una vez, generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que el amor no es accionado, ni llega en un momento determinado.
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en las espaldas, la responsabilidad de completar lo que nos falta.
Las personas crecen a través de la gente. Si estamos en buena compañía, es más agradable.
Nos hicieron creer en una fórmula llamada “Dos en uno”: dos personas pensando igual, actuando igual, que era eso lo que funcionaba. No nos contaron que eso tiene nombre: anulación. Que sólo siendo individuos con personalidad propia, podremos tener una relación saludable.
Nos hicieron creer que el casamiento es obligatorio y que los deseos fuera de término, deben ser reprimidos. Nos hicieron creer que los lindos y flacos son más amados.
Nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos, y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad. No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas, son alienantes, y que podemos intentar otras alternativas. Ah, tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto.
Cada uno lo va a tener que descubrir solito. Y ahí, cuando estés muy “enamorado de vos, vas a poder ser muy feliz y te vas a enamorar de alguien”
Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor… aunque la violencia, se practica a plena luz del día.
John Lennon (1940-1980)"
Pues bien, esta reflexión me ha llevado a una más pequeña que nace de ella:
Volviendo al título, este enorme vacío que tenemos dentro, este microcosmos que nos abruma y nos asusta, y que nos hace buscar la luz de alguien más para poder ver, no tendría por qué asustarnos en primer lugar. Y en segundo, no tendríamos por qué buscar la luz en alguien más.
En la metáfora, nuestras luciérnagas están apagadas, desorientadas por la propia oscuridad (tal vez), mas, si somos capaces de hacerlas vibrar gracias a la luz de alguien más que no siempre nos corresponde, ¿Por qué no podríamos encenderlas nosotros mismos?
Si somos dueños de nuestros vacíos, que están llenos de caos a causa del temor a lo desconocido, por qué no conocernos a nosotros mismos y enamorarnos en primer lugar.
Creo que ese ejercicio de auto conocimiento sería, no solo una tarea intelectual, sino también una física (o metafísica, literalmente); podríamos enseñar a esas luciérnagas a encenderse por ellas mismas, y estoy seguro de que entonces, no solo otras personas podrían vernos como en realidad somos, sino también nosotros, y esa paz, esa comprensión de la oscuridad, del vacío, eliminaría de inmediato el temor, reemplazándolo por quietud, una quietud tenuemente iluminada (pues creo que tampoco es posible llegar a conocernos por completo, tal como sucede con el universo), que, de alguna manera, es lo que estoy persiguiendo ahora mismo.
Y tú, ¿puedes encender la quietud de tu vacío?
H.K.A
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