De aromas, hilos rojos y tijeras

   Hace cosa de unas semanas me cambié a una nueva habitación, o un nuevo piso, si se le quiere llamar así, razón por la cual tuve que mover muchas cosas que ni siquiera recordaba tener. Cosas que seguían en casa de mis padres, y que jamás me llevé. Viejos regalos, cartas, hojas escritas, cientos de ellas, y, entre todos esos recuerdos, fui a dar con un par de objetos que me transportaron, haciéndome viajar a más de una década atrás, siendo más consciente que nunca del paso del tiempo.

   Siempre me he considerado una persona de recuerdos, con ese gusto un poco Diógenes por acumular cachivaches que, al cabo de varios años, ya ni recuerdas que tenías, aunque la mayoría de las cosas se quedan con justa razón. No obstante, ese retraimiento, ese viaje al pasado me devolvió olores, incluso sensaciones que me embargaban por aquel entonces. Por un momento, me sentí mi propia máquina del tiempo, sin comprender mis propios mecanismos, y la verdad, no me interesa en lo más mínimo desarmarme para comprender cada uno de los engranajes que me forman, pero sí sonaron muchas canciones en mi cabeza, a medida que recordaba acontecimientos, lugares y personas.

   Así es como vas sintiendo las ausencias, cuando aún conservas una carta, o un regalo de un amigo o un viejo amor. El objeto perdura, pero la persona, sin la necesidad de estar muerto, ni emitido su certificado de defunción, ya no existe. Al menos no de la misma forma.

   Y el sentimiento que queda, cuando ya pusiste todo en orden, botaste los artefactos carentes de significado o sentimiento y te quedaste con los que siguen en tu interior, es una mezcla indecible de amor, felicidad y desolación.

   Es verdad, me gusta saber que hay muchas personas que ya no están en mi vida, porque su ausencia me recuerda que ya no soy el mismo. No obstante, hay otros espacios colmados de aroma, de siluetas radioactivas, como la de un Homero infante, mirando la televisión en la vieja casa en el campo.

   Nos resulta imposible ver los hilos rojos, sus uniones en el entramado de la caótica investigación del detective, que sostiene el cigarrillo en la mano y nos mira con ojos desquiciados, jurándonos que sabe la respuesta, que ha logrado pillar al desgraciado que se robó el tiempo y lo tiró al rio, junto al auto que usó para llevar a cabo el crimen.

   Como dijo Jobs en su discurso (si acaso lo escribió el realmente), solo podemos ver los puntos hacia atrás, y entender las conexiones; el camino que nos trajo hasta donde estamos.

   Pero eso no es suficiente, porque siguen sonando en mi cabeza las canciones, viejo amigo, las cosas que solíamos hacer, los amigos que perdí. Siguen sonando las canciones que me llevan a esos momentos, persiguiendo su presencia en mi piel (que ya no es la misma, pues las células que la formaban entonces ya no existen), Love is the end, Mataau himade 3, y sí, todas tienen ese tono melancólico que nos vuelve seres ficticios, casi oníricos, el óleo de un humano con sombrero que ya se ha borrado, para pintar uno nuevo.

   Al final, el equilibrio entre esas cosas que atesoro, y las que me acompañan hoy se ha restaurado, o eso creo, porque ya empiezo a adecuarme a mi yo actual y sus proyectos.

   Y ustedes, Ojos sobre la Hoja, ¿pueden ver el entramado de hilos que los ha formado?

H.K.A

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